Un gigante muy generoso
El pino piñonero proporciona, con toda generosidad, abrigo y comida a una multitud de huéspedes. Los insectos perforan su madera o buscan refugio bajo su densa corteza; los pitos y el trepador azul anidan en el desnudo tronco; el herrerillo capuchino prefiere su copa aparasolada, que comparte con la ardilla. Hasta el ser humano ha sabido explotar las virtudes medicinales de su savia y el valor nutritivo de sus piñones.
Para casi toda la grupeta era la primera vez que se las iba a ver con la media montaña, todo un reto por lo cual se notaba algo en el ambiente, había digamos... una calma chicha. Y es que no en vano teníamos por delante una subida de catorce kilómetros con algún descansillo, pero con dificultades del diez y el doce por ciento de desnivel y en algunos tramos hasta el veinte. Tras unos cientos de metros por el arcén, de seguida empezó el baile, alguno me reconoció al terminar que esta primera rampa estuvo apunto de bajarse, pero mas por miedo a lo nunca hecho, que por lo duro del desnivel, que también.
Con un golpe de vista hacia nuestra derecha, podemos ver como se abre ante nuestros ojos el pantano de San Juan, popularmente llamado desde tiempos la playa de Madrid.
Últimas curvas de bajada, donde si alguno tiró de frenos durante la mañana, se tiró sin miedo para soltar la adrenalina acumulada durante la ruta, suave zigzagueo hasta dar con el punto de partida que también lo fue de llegada.